Ayer estuve almorzando con un grupo de amigos del año de la catapún. Nos vemos regularmente y hemos mantenido el contacto de forma más o menos constante a lo largo del tiempo.
La novedad de este encuentro fue la aparición, en la sobremesa, del arma letal: el album de fotos. Dos de las chicas querían recordar un viaje y allí que nos fuimos todos, mirando, una foto tras de otra, como habían pasado los años.
El resto de asistentes nos obstinamos en señalar lo iguales, igualitas, que estaban a las fotos de ese entonces. Las afectadas, por su parte, se empecinaban en buscar las siete diferencias. ¿Por qué será que la mirada externa encuentra la similitud y la propia se fija en el cambio?
Al final nos reimos mucho, bebimos mucho y llegamos a la conclusión de que estamos estupendos y estupendas. Envejecer es cosa de todos y mientras haya otros ojos que nos vean como fuimos, el tiempo transcurre a otra velocidad, menor y más amable.
noviembre 12, 2007
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2 comentarios:
Ciertamente amiga, el otro como dice Eco, su mirada es la que nos envejece, ante el espejo estamos siempre iguales, es la mirada atenta , intransigente y despiadada del otro la que nos acusa y acosa, o cuando las primeras ninfas , muy delicadamente nos llaman señor, ahí de golpe y porrazo nos caen como 20 años mas encima.. esa primera vez , no la olvido… ahora solo las miro de reojo temiendo siempre ese “ señor” que marca una odiosa distancia y nos envejece…
Roger,
Estoy contigo: ¡el primer "señor" o "señora" son devastadores!
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