De todas las reseñas que de Un hombre de pago se han publicado, ésta es posiblemente una de las más curiosas, y una de las que más ilusión me hace.
La firma Enrique Romero y se incluye en el número de invierno de la revista "Antilla News" (pag.20), editada por el grupo de locales de salsa homónimo, cuyo eslogan es, precisamente, "Salsa y placer hasta el amanecer".
Y dice:
"Este libro, escrito por una salsera, antigua clienta de Antilla, convertida hoy en escritora exitosa y madre de familia, está llamado a convertirse en best seller entre los cientos de mujeres seducidas por Cuba y los cubanos, pues la novela discurre por los misteriosos pagos (nunca mejor dicho) de los jineteros y su arte sin igual de cobrar por amar. Un fenómeno conocido por casi todo el mundo relacionado con Cuba, pero sobre el que poco se reflexiona, quedando, la más de las veces, en simples chismes o resentimientos unilaterales.
Un párrafo promocional del libro empieza de esta guisa:"Harta de ser invisible para los hombres y aconsejada por su estheticienne, Rosa decide recorrer al sexo sin ataduras y contratar a un gigoló. Finalmente se atreve con Iván, un aparejador cubano instalado en Barcelona que se prostituye mientras espera encontrar otras opciones laborales". Vaya, con esto ya tiene el lector o la lectora para leerse el libro de una tacada. Y ahí está la historia de Iván con Rosa, pero también con Bel, otra fémina necesitada de cariño y comprensión.
La historia transcurre con un gran pulso narrativo, con sentido del humor y, por supuesto, con todos los tópicos del latin lover, de las solteronas desafectadas, los tics cubanos y los tics salseros -"ya sé que la salsa no te gusta, pero lo hacemos por prescripción facultativa, querida... A ver si mejoramos esa vida sexual tuya...". ¡Ay, mi madre, cuánta razón lleva Marta, una de las personajes de la novela! Y aunque todas las mujeres de la historia son tembas, la reflexión íntima del asunto también cuenta para las pepillas que se dejan encandilar por las artes amatorias de los jineteros.
En cualquier caso, lo más interesante de Un hombre de pago es que no da pábulo a los resentimientos típicos de este tipo de historias, sino que ahonda en la condición afectiva de la mujer, de sus intenciones reales, de sus carencias afectivas y, en definitiva, casi justifica la opción de regalarse un trocito de felicidad aunque más valdría decir falocidad. Hacia el final de la historia, la prota se pregunta "¿qué lección tengo yo que aprender de la historia con Iván? Pues varias. La primera es que se puede conseguir compañía pagando y no pasa nada. La segunda, que el sexo es una cosa y el amor otra..." y ya no les cuento más para que lo compren y lo lean".
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