Esta mañana a las once estaba tomandome un café en el bar del Majestic. Desde que el hotel se convirtió en escenario literario del encuentro entre Rosa e Iván he ido ya en varias ocasiones, aunque nunca tan temprano.
A esa hora los últimos húespedes hacían cola para desayunar, un grupo de azafatas se desvivía para atender a los asistentes a un congreso y, en el bar, tres mujeres hablabamos de proyectos. En realidad, asistentes eramos cuatro: también estaba Leo, un perro muy bien educado que sólo ha asomado a saludar al final del encuentro.
De vuelta a la calle, el viento y las nubes parecían más irreales que la media luz del bar.
abril 02, 2007
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