Ayer por la tarde intenté comprar un libro. Y no pude. Paradójico, teniendo en cuenta que hay más libros que lectores.
La cosa fue así. A las cinco menos cuarto llegué al hotel donde había quedado para una reunión. Al entrar en el impresionante café me di de bruces con una mesita central, presidida por una cubitera inmensa, llena de botellas de Moët y rodeada por un montón de libros de segunda mano. Deduje que no podía coger las botellas pero los libros sí y enseguida escogí uno. Busqué mesa, pedí una infusión y empecé a leer. El libro me interesó por muchas razones y, a los 15 minutos, cuando llegó mi cita, ya había decidido continuar leyéndolo.
A la hora de irnos y de abonar las consumiciones, le pedi permiso al camarero para llevarmelo. La novela estaba en inglés y no podría conseguirla en la librería de la esquina.
- Lo siento. Los libros son sólo para los huéspedes del hotel.
Le comenté que yo era huésped del café, pero la categoría "cliente ambulatorio" no puntuaba. Bien. Le propuse entonces comprarselo como nuevo, aunque era un ejemplar de segunda mano.Tampoco era posible. El camarero estaba desconcertado: creo que era la primera vez que alguien intentaba comprar un libro en su presencia.
Apurando, me ofrecí a dejarle un depósito que recuperaría cuando yo fuera a devolverles el libro. Tampoco. El libro no saldría de la zona Moët porque sólo los huéspedes podían leerlo. Lo que el camarero podía hacer era anotarme la referencia. Estaba claro que no disponía de un protocolo para atender a clientes de café con ansias lectoras.
Volvi al despacho, di gracias a los dioses por la existencia de Amazon, saqué la visa y me compré la novela. PD: El importe del libro (gastos de envío incluido) ha resultado inferior al de las dos infusiones consumidas en el café.
mayo 31, 2007
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